Faro de Vigo

Pornonativos: desde los ocho años consumiendo violencia sexual en la red

Las expertas señalan los riesgos del consumo de contenido X en edades tempranas: agresividad, hipersexualización y sumisión de las mujeres

Alba Chao Vázquez

Le proponemos un experimento. Entre en su buscador de referencia en internet y escriba la palabra ‘follar’. Inmediatamente 142.000.000 de resultados, precedidos de un escueto aviso de “pueden aparecer desnudos”. Esto es lo que miles y miles de niños teclean a diario en sus dispositivos movidos por una curiosidad innata y natural. Lo que los boomers o la generación X hacían con el diccionario, la enciclopedia o directamente preguntaban a sus hermano o amigos mayores, ahora se busca en la red. La diferencia, lo que se encontraban unos y lo que se encuentran otros. 

Entre las primeras entradas —una vez se pasa la sucinta definición de diccionario— aparecen resultados como ‘vídeos porno’, ‘maduras follando’ o ‘puritanas.com’. Y no hace falta realizar búsquedas tan explicitas. Puede intentarlo con la palabra “oral”, un término mucho más amplio, en el reproductor estrella de vídeos en streaming y comprobar cómo las primeras sugerencias son de carácter sexual. Así es como nacen los ‘pornonativos’, niños de apenas 8 años que tienen sus primeros contactos con la pornografía antes incluso de tener, ya no su primera relación sexual, sino sus primeras caricias con fin erótico.

“Las crianzas llegan ahora al porno buscando en Internet lo que siempre hemos buscado”

Chis Oliveira

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“Las crianzas llegan ahora al porno buscando en Internet lo que siempre hemos buscado”, explica Chis Oliveira, catedrática de Filosofía, experta en educación afectivo-sexual y reconocida activista feminista. Junto a Amada Traba y Luisa Abad, también especialistas en coeducación y divulgadoras didácticas, llevan años trabajando en formación en igualdad, actualmente entre otras iniciativas de la mano del programa “Canteira Igualdade” de la Diputación de Pontevedra. 

Tanto su experiencia con los jóvenes como diferentes estudios demuestran que el contacto con el porno es cada vez más temprano. Una investigación de la USC revela que casi la mitad de los jóvenes tiene acceso a pornografía antes de los 12 años, unos datos similares a los que ofrece el último informe de Save the Children “(Des)Información sexual: pornografía y adolescencia”. Otros estudios rebajan aún más esa edad: hay niños de 8 años accediendo a este tipo de contenidos que, tal y como se presentan, “son una potentísima escuela de desigualdad humana, un primer contacto directo con la misoginia”, señala Oliveira. 

“Fortalece una identidad masculina agresiva, muy violenta con las mujeres, imágenes en las que se las hace sufrir mientras la figura femenina sale hipersexualizada. Las niñas y las mujeres aparecen como objetos destinados a complacer al hombre, a ser dominadas, a hacer lo que ‘tienen que hacer’, a ser sometidas”, explica. Incluso, en muchas ocasiones el mensaje se vuelve aún más peligroso y perverso: “Ellas muestra rechazo, pero el hombre insiste y ellas acaban no solo accediendo sino disfrutando. ¿Qué se está trasladando? Que aunque digan que no, en el fondo, sí que quieren”.

“¿El porno reproduce lo que hay en la sociedad o la sociedad lo que hay en el porno?”

Vanessa Rodríguez

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En este sentido, Vanessa Rodríguez, psicóloga, psicopedagoga, sexóloga y experta en neuroeducación añade una reflexión, “si el porno reproduce actitudes cargadas de violencia, desigualdad y misoginia, quizá sea porque vivimos en una sociedad desigual, misógina y en la que hay violencia, ¿el porno reproduce lo que hay en la sociedad o la sociedad lo que hay en el porno?”.

Es más, si bien es cierto que el porno mainstream está enfocado hacia el placer de los hombres, ahonda, “en el cine convencional se ven igualmente muchas violaciones sin que aporten apenas a la trama, y están totalmente normalizadas”. 

Modelo de negocio y consecuencias 

El acceso universal al porno sin ninguna traba es relativamente reciente. “No es el modelo de negocio tradicional en el que pagabas por una revista o un vídeo siendo mucho más sencillo cierto control sobre si el consumidor era una persona adulta o no”, apunta Luisa Abad. “Ahora, te preguntan si tienes 18 años en una web, dices que sí y estás dentro”, añade Amada Traba. De este modo, el consumo de pornografía llega con un grado de madurez y desarrollo afectivo-sexual insuficiente.

Parece increíble, a ojos de las expertas, que el Estado en tanto que tiene el deber de proteger a la ciudadanía, especialmente a la más vulnerable como puede ser la infancia, “no esté tomando cartas en el asunto”, algo así al sistema que prepara Francia, que a partir de septiembre creará un certificado digital para impedir acceder a este tipo de contenidos a niños y adolescentes. “Si se trabaja en este sentido con temas como las apuestas, ¿por qué no con la pornografía?”, secunda Chis Oliveira.

Además, plantean la necesidad de un debate y análisis global sobre las implicaciones que tiene la pornografía en otro tipo de negocios muy lucrativos que operan en la economía ‘paralegal’ y que “tienen que ver con la prostitución”, afirma Traba.

La sensación que tiene el consumidor es que ve porno sin pagar, pero todo lo que está en la red tiene un coste. En este caso quienes pagan “son las redes de prostitución que financian todo este entramado. Solo hay que entrar en una de estas páginas para ver como salen contactos de prostitución”, mantienen.

Todos estos factores contribuyen a la construcción de una sexualidad que hasta ahora no existía y de la que ya comienzan a verse efectos. Chis Oliveira pone el foco en la “normalización de la violencia hacia la mujer y la niña”, así como la hipersexualización. “De esos polvos estos lodos” y nunca mejor dicho: “Aumento de la violencia machista, las violaciones grupales -de hecho, este tipo de violencia es de la más popular en las webs de porno- y aumento del consumo de prostitución en hombres cada vez más jóvenes que normalizan esa actividad”.

Sobre este aspecto, Vanessa Rodríguez, introduce un matiz. Apunta que tiende a hablarse de la pornografía desde un enfoque causal, esto es, como causante de determinados tipos de violencia. Propone abordarlo desde un punto de vista correlacional, “decir que existe una causa-efecto en el consumo de porno y comportamientos violentos sería como decir que ver solo películas con relaciones saludables garantizar tener solo relaciones saludables”. 

No es una película cualquiera

Uno de los razonamientos más extendidos ante esta desaprobación de la pornografía es el de que se trata “solo de ficción”. “Cuando un niño ve una película de superhéroes no intenta ponerse a volar”, puede esgrimirse. Sin embargo, Amada Traba aclara que, precisamente, “ver porno no es como ver otro tipo de audiovisual”.

No es simplemente un visionado, “es sexualidad y te coloca en la situación de formar parte”, explica. En términos generales, ahonda, al ser humano le gusta ver y disfrutamos con ello, “por lo tanto ver porno se convierte en sexo, produce excitación y suele ser paso previo a otras prácticas sexuales como la masturbación, deja de ser el mero acto de ver”. 

El mito de la libre elección

Otro de los argumentos más repetido al cuestionar los contenidos X es el que alude al consentimiento: al de quien participa de la industria y al de las mujeres en sus relaciones reales. En este caso hay que analizar, señala Chis Oliveira, “el concepto perverso que se ha generado en torno al consentimiento”. Las mujeres viven su sexualidad “desde una perspectiva de entrega, sin valorar su placer ni su deseo, pensando siempre en complacer y no en complacerse”, desarrolla. Además, completa Luisa Abad, “el consentimiento tiene que ver con la reciprocidad y la voluntad, si hay sumisión no hay tal consentimiento”.

“El consentimiento tiene que ver con la reciprocidad y la voluntad, si hay sumisión no hay tal consentimiento”

Luisa Abad

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Entra en juego entonces el mito de la libre elección. “Vemos como chicas de los institutos piensan que son libres para hacer uso de su capital erótico y, por ejemplo, sacar dinero a través de páginas como OnlyFans”, explica Chis Oliveira. El peligro reside entonces en que “no se dan cuenta de cómo van entrando en estas plataformas con aire de modernidad, pero realmente acaban sumergidas en el mundo de la prostitución”.

Todas estas censuras a la industria del porno no tienen que ver con puritanismos o represión, “yo siempre digo que me gusta el sexo, pero no la pornografía porque eso es violencia sexual”, puntualiza Oliveira. Se trata por tanto de poner el foco en la banalización de una práctica que agiganta la brecha entre géneros, que pone al hombre como sujeto y a la mujer como objeto, sin ser cuestionada ni suficientemente debatida por la sociedad en su conjunto. 

La coeducación como antídoto

Efectivamente, la curiosidad en todo lo relacionado con la sexualidad es tan innata como necesaria. “La sexualidad es un aprendizaje, de hecho”, explica Amada. También es explicable que, en una sociedad que todavía arrastra la losa del tabú, lo jóvenes y niños echen mano de los recursos a su alcance para satisfacerla. De parte del sistema y de toda la tribu corre ofrecer una coeducación que forme de manera “integral y sistemática”.

“Una charla puntual en los institutos no es la solución, debe plantearse como un proyecto coherente a lo largo del curso que se imparta por personal formado. El mundo de las emociones, los afectos y la sexualidad en la educación están completamente desatendidos”, sentencia Chis Oliveira. Y ese trabajo debe continuarse, además, en el hogar.

Si, entretanto, el único referente sistemático de la sexualidad es la pornografía, se forma la tormenta perfecta. Por esto, Vanessa Rodríguez apuesta también por darle a los jóvenes las herramientas para saber qué es lo que están viendo en estos vídeos, “que no lo tomen como un modelo real de sexualidad, que es lo que nos encontramos en muchas ocasiones, que no hacen esa diferenciación”.

Toca “abrir diálogo, lograr que tengan una mirada crítica por encima de censurar que consuman porno, hacerles pensar sobre los tipos de relaciones o los cuerpos que aparecen, cómo se producen las escenas o cuándo acaban hasta que ellos mismos sean conscientes de lo que están viendo”, concluye Rodríguez. 

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